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Sábanas al viento y sillas en la plaza: la magia del cine

​Firma invitada
Yolanda Flores:
 
Directora y presentadora de
‘De película’ de RNE

Mayo de 2025

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odos sabemos que, a estas alturas de la película -nunca mejor dicho-, las necesidades del consumidor de cine y sus preferencias han cambiado.

Con las plataformas de streaming es más cómodo ver las películas en el sofá, la variedad es grande y tenemos a veces la posibilidad de consumir los estrenos que se anuncian en la cartelera para visionarlos en casa en la misma semana. De esta manera, a pesar de las diferentes iniciativas como la Fiesta del Cine, el Día del Espectador, los festivales, las promociones y un largo etcétera, dejamos de ir cada vez más a las salas.

En estos tiempos las preferencias han cambiado, pero lo que permanece es la emoción que se siente al entrar en una sala de cine.

Todos sabemos que el cine es cultura, pero quizá deberíamos darle más importancia desde el inicio, el germen, la semilla, es decir: la infancia. Desde la educación sería bueno que se incluyera una asignatura donde conocer la historia del cine, al igual que conocemos a Lorca o Goya, por detenerme en solo algún ejemplo, sería bueno saber quién era Berlanga, Azcona, Josefina Molina y tantos otros que han aportado cultura y creación a la sociedad en la que vivimos. 

Sabemos que otro de los pilares del cine es la industria, de la que viven muchos profesionales, no solo las productoras o distribuidoras; los directores, directoras, guionistas, actrices, actores, compositores de las bandas sonoras… Es un amplio mundo donde hombres y mujeres viven de ello; desde el conductor que lleva a los actores al set de rodaje hasta los carpinteros, electricistas, montadores, localizadores, maquillaje, peluquería… y más categorías, muchas que también están reconocidas y premiadas en los diferentes festivales.

Cuando la luz se enciende en la sala, la realidad nos espera fuera.

Finalmente, otro de los pilares es el entretenimiento. Ya he aludido que en estos tiempos la necesidad y las preferencias han cambiado, pero lo que permanece es la emoción que se siente al entrar en una sala de cine. Un lugar mágico, donde compartimos emociones con gente que no conocemos. A través de lo que estamos viendo, compartimos la experiencia, la risa, el llanto, la intriga, el viaje… Y cuando la luz se enciende, la realidad nos espera fuera, pero el tiempo que hemos estado dentro nos hace sentirnos mejor, con una sensación de haber experimentado algo que es difícil a veces de describir, pero que definitivamente es algo que ha pasado, que se queda perenne dentro de nosotros.

El cine es un lugar mágico, donde compartimos emociones con gente que no conocemos.

Recuerdo que mi abuela me contaba que para ellos el cine era todo un acontecimiento en su pequeño pueblo, un lugar donde una vez al mes, tras el muro de la Iglesia, que era una superficie grande situada en la misma plaza, se extendía una enorme sábana y se proyectaba la película. El pregonero anunciaba durante toda la mañana la película que podrían ver por la tarde, todos estaban avisados. Cuando llegaba la hora de la proyección, cogían sus sillas, las que tenían en casa, y se las llevaban para instalarse en la plaza. De manera inconsciente, se colocaban en línea y al final parecía que aquella plaza era un cine de verano, con sus sillas alineadas y el rostro de la gente alegre, esperando conocer la historia.

Allí no había distinciones, la película se proyectaba para todos los públicos, incluidos los pequeños, que merendaban viendo las escenas cinematográficas. Si hacía viento, la sábana se movía y eso hacía que el rostro del protagonista se desfigurara, y los diálogos tampoco eran fáciles de entender entre el viento, el movimiento de la sábana, los comentarios de los presentes… Pero nada hacía que se levantaran de sus butacas caseras, solo la palabra “FIN”, que anunciaba que ya terminó la historia y todos regresaban a casa mientras en el camino comentaban su experiencia con los vecinos. Era la gente la que daba vida al cine.

La gente sigue dando vida al cine porque los que crean las películas las hacen para ser vistas, como las obras de arte: si no las exponen en una sala y la gente no las contempla y las disfruta, de nada sirve. Si la película no se proyecta en una sala de cine, su tiempo se detiene y es como si no existiera.

En el pequeño pueblo de mi abuela, proyectaban películas en la plaza como todo un acontecimiento: la gente daba vida al cine. 

Recuerdo hace meses una noticia que hablaba de un pueblo de Burgos, de apenas 200 habitantes, que había recuperado un antiguo local gracias a la Asociación cultural del Municipio y el respaldo del ayuntamiento. La iniciativa se abrió con la película La contadora de historias, un bonito título que reunió a 140 personas en la sala, más de la mitad de sus habitantes. La iniciativa parece que está dando resultados y los vecinos del pueblo están encantados, ya que desde 1968 no se realizaba una proyección.

Es posible que con el esfuerzo de todos podamos seguir manteniendo los cines con vida. Por ejemplo, con iniciativas de festivales de distritos y barrios como el Festival de cine de Carabanchel, que lleva más de 40 años ofreciendo títulos y dando premios para seguir manteniendo la ilusión de quienes viven y trabajan en el cine.

Las películas tienen vida y entre todos debemos cuidarlas; ver una peli en casa no es incompatible con ir a la sala. Mientras escribo esto, veo infinidad de imágenes de películas que me han hecho amar el cine, que me han ayudado a comprender muchas cosas, a descubrir mundos y personajes que, si no hubiera ido al cine, me estaría perdiendo.

Yolanda Flores
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