Cuando pensamos en cultura, solemos imaginar una gran ciudad, con teatros iluminados, museos repletos y salas de cine abarrotadas. Ese bullicio deslumbra y entusiasma, pero siempre es necesario recordar la raíz de todo. Durante siglos, lo rural fue el primer escenario cultural, y lo sigue siendo. Cada celebración comunitaria, cada tradición oral, cada modo de vida constituye una forma de creación cultural que a veces no reconocemos, pero que sostiene nuestra identidad.
El mundo rural genera cultura propia, y el campo aparece normalmente como escenario de resistencia frente al ritmo frenético de la ciudad, y las historias de los pueblos que resisten a la despoblación o las películas que recuperan oficios y paisajes casi olvidados son ejemplos claros de que el mundo rural no es un decorado, sino un protagonista.
Pero eso no excluye que también tenga derecho a acceder a una programación diversa, ya que la cultura no debería depender del código postal. Muchos municipios carecen de cine o teatro, y cuentan con escasa programación cultural, por lo que en ocasiones los vecinos se ven obligados a desplazarse a decenas de kilómetros.

Puebla Film Festival
En Puebla de la Sierra, un pequeño pueblo de apenas un centenar de habitantes, el cine más cercano está a más de 80 kilómetros. Allí se celebra el Puebla Film Festival, un festival que nace con un propósito claro: acercar el cine a territorios donde la pantalla grande parece un lujo distante. Como nos cuenta Rebeca Alemañy, -su creadora, actriz y cabrera-, debido a la centralización de la cultura y la escasez de oferta cultural y recursos en los pueblos, con este festival pretende “acercar al mundo rural el cine y llevar al cine el mundo rural”.
A pesar de acoger obras de cualquier temática y género, el festival también da espacio a los vecinos con una sección local, donde la temática rural se convierte en foco. Alemañy asegura que cada año se animan más personas a presentar sus trabajos en esta sección, gracias también a los diferentes talleres e iniciativas que este festival acuña por toda la Sierra Norte, como el Ciclo de Cortos, las Residencias Artísticas o el Taller de Interpretación.
Desde su primera edición, el pueblo “se volcó y colaboró”, cuenta emocionada Rebeca, que se enorgullece del sentimiento de comunidad generado: “Creamos un patio de butacas vecinal, las asociaciones ponen su granito de arena, la familia hace paellas para todo el mundo, hay música y baile tradicional de la gente del pueblo…”. El resultado es un encuentro con una programación elegida y vivida desde dentro, porque, como asegura Rebeca, “hay que priorizar qué quiere el pueblo y qué necesita”.

Hay mucha falta de información sobre el campo y hay vidas e historias muy interesantes que piden a gritos ser contadas
Rebeca Alemañy
Por su parte, cada mes de mayo, la comarca del Alt Maestrat se convierte en escenario gracias al Festival Xalar, organizado por el colectivo La Plataforma Escénica. Su propio nombre lo dice: xalar significa disfrutar. Y esa es la esencia de una cita que convierte el teatro, la danza y las artes contemporáneas en una fiesta compartida por toda la comarca. El Xalar pone el acento en reconocer la capacidad del público como sujeto, no como espectador pasivo y visibiliza la cultura como un proceso comunitario: se vive, se comparte y se crea desde dentro.
Lo que distingue al festival es su enfoque en la mediación cultural y la participación de los jóvenes de la comarca: son ellos quienes seleccionan las obras, establecen los horarios y diseñan las actividades. Además, el proyecto incluye el viaje de estos jóvenes y de la comunidad a conocer otros festivales o expresiones artísticas fuera de la comarca, así como talleres con profesionales.
Pedro Granero, uno de sus organizadores, asegura que “la falta de recursos, equipamientos y personal técnico de cultura tiene como consecuencia que la dinamización cultural de la comarca recaiga en el tejido comunitario de cada municipio”, haciendo que términos como comunidad, auto-organización y tradición sean clave para el festival.

Festival Xalar
Para Rebeca Alemañy, el mundo rural “está castigado por las instituciones e infravalorado por la imagen que se da de él”, aunque en los últimos años percibe un creciente interés cultural motivado también por la crisis ambiental y social actual. Subraya que la cultura en los pueblos no puede llegar desde una mirada paternalista, y que la diversidad de propuestas que han acogido en Puebla demuestra que no hay un único gusto ni un público limitado. En esto coincide Pedro Granero: “No nos gusta considerar los intereses de la comunidad como algo ya predeterminado, sino como algo que se va construyendo”, y añade que el interés del Xalar no es dar visibilidad al mundo rural sino “cuestionar, ampliar y problematizar los imaginarios e identidades que se construyen sobre él”.
Sin embargo, ambos organizadores nos hablan del riesgo de convertir lo rural en moda, cayendo en tópicos o en un turismo que ponga en peligro sus tradiciones, en romantizarlo como lugar de las esencias perdidas, o en la condescendencia de pensarlo como sitio al que educar. Según Granero, el principal riesgo es que no exista una planificación para garantizar los derechos de los territorios y los trabajadores: “Que lo rural se convierta solo en un tema, en una lluvia de iniciativas bienintencionada, pero sin estructuras que garanticen su continuidad y arraigo al territorio”.
En este camino, los actores y las actrices también juegan un papel fundamental no solo porque son el rostro y la voz de las historias rurales, sino también porque su presencia en los diferentes territorios se transforma en motor de inspiración y contribuye a que el mundo rural sea visto como lo que es: un lugar repleto de historias que contar. Como puntualiza Granero: “Los artistas y las propuestas escénicas ponen en el espacio público debates, identidades y horizontes que no están presentes en prácticas culturales dirigidas principalmente a la reafirmación identitaria”.

Los artistas y las propuestas escénicas ponen en el espacio público debates, identidades y horizontes
Pedro Granero
La participación de nuestros compañeros Álex Villazán, Lucía Esteso y Almudena Ardit, en el Puebla Film Festival como jurado de los premios de interpretación, es un ejemplo de la implicación de la profesión para aportar su mirada y criterio así como para aprender de las realidades rurales. En palabras de Almudena Ardit: “En los pueblos hay más cercanía: conoces a la gente más a fondo y sin tanto juicio, quizá por el entorno o quizá porque la gente está despierta y con plena atención en la experiencia”. La actriz Lucía Esteso reconoce el valor de estas iniciativas, asegurando haber vivido una especie de epifanía: “Ha sido un recordatorio de que el cine no solo es una expresión artística, sino también un acto comunitario, una forma de mantener la memoria y la identidad vivas”.
Alemañy, tras trabajar en una serie diaria durante seis años y mudarse al pueblo, nos cuenta que pensaba que estaba dando un paso atrás en su carrera como actriz, pero ahora dice que ha sido lo mejor que ha hecho, ya que asegura creer en su profesión y en crear caminos para visibilizar su modo de vida: “Veo importante visibilizar lo que nos preocupa, siempre con responsabilidad y conciencia en el discurso, y en este caso, un compromiso real con el mundo rural. Desde el primer año quise incluir a la Unión en el festival para decidir los premios de interpretación por la profesionalidad de la decisión y para incluir a nuestro sector en el festival, dándole voz en él”.
La cultura es identidad y pertenencia. No solo hablamos de garantizar el acceso a ella en cualquier sitio, sino de reconocer el valor de lo que ya existe, de lo que se genera desde dentro. Como reconoce Rebeca Alemañy: “En lo rural, hay vidas e historias muy interesantes que piden a gritos ser contadas”.
Festivales e iniciativas como estos demuestran que el mundo rural no es periferia cultural, sino territorio vivo y activo. Al final, la cultura es un intercambio constante, un diálogo innagotable y necesario que no debería hablar de periferias ni de centros, sino de puentes entre generaciones y entre territorios. Puentes que garantizan que nadie quede fuera, que la cultura siga siendo ese bien común que nos pertenece a todos, vivamos donde vivamos.
Texto: Fátima L. Ortiz
Diseño: Alfonso Gómez
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