La mejor forma de saber el estado de la lírica en nuestros coliseos del bel canto es realizando un recorrido por la programación de una temporada, ahora que el año termina, si bien se ha recorrido parte de la anterior temporada y el inicio de la actual, es un buen momento para revisar los títulos de las obras y sobre todo, el tratamiento que se les ha dado en los dos grandes escenarios de la lírica en Madrid: Teatro Real y Teatro de la Zarzuela, aunque también se pudo disfrutar de algunos títulos en los Teatros del Canal.
Lo primero que me llama la atención, una vez se ha renovado y consolidado la gestión al frente de estos templos escénicos, en el caso del Teatro Real por parte de Joan Matabosch que tomó el relevo a Gerard Mortier tras su fallecimiento y en el Teatro de la Zarzuela que asumió el cargo Daniel Bianco tras renunciar al puesto el anterior director Paolo Pinamonti, es, precisamente, el cambio en contenidos, mucho más teatrales en ambos escenarios y sobre todo, el tratamiento en la forma, mucho más contemporáneo y conceptual. Sin duda, Mortier dejó una sombra alargada con las vanguardistas propuestas que mostró en el templo de la ópera de nuestra ciudad y que, seguro, ha inspirado mucho a los que están gestionando artísticamente estos espacios.
Si tuviera que elegir un título de los exhibidos este año como ejemplo de este cambio en el concepto de la escena lírica, sería, sin duda: Carmen de Bizet con la puesta en escena de Calixto Bieito en el Teatro Real. Una historia de violencia y marginación, de fronteras peligrosas y etnicidades enfrentadas. Así se podría resumir esta producción de Carmen, ubicada en la década de 1970, en un mundo militarizado y en permanente transformación. Poco tiene pues que ver con las puestas en escena convencionales de marcado carácter andaluz y flamenco. Despojando la ópera de símbolos estereotípicos, Calixto Bieito logra que el protagonismo recaiga sobre las pasiones que transitan por la escena. Un escenario casi desnudo que representa una España sórdida, atávica y machista, donde la fábrica de tabaco se relega a los márgenes de un cuartel militar en la frontera de lo que podrían ser Ceuta y Marruecos. El universo de esta Carmen es el de los trapicheos, la testosterona y el turismo de sol y playa. Una visión que acerca la historia a nuestro tiempo.
Otro ejemplo, también en esta línea, sería El holandés errante de Wagner presentado también en el Teatro Real a principios de año, en este caso, Àlex Ollé, su director de escena, propuso una buena revisión de esta pequeña joya de Wagner modificando la textura escenográfica y mostrándonos su propio concepto de lo infinito, lo trascendente y su mirada metafísica sobre la muerte. Con una impactante escenografía se nos adentró en ese mundo de Wagner intentando recrear una nueva visión del romanticismo.
Recorriendo los títulos, hay otro denominador común a la hora de renovar el repertorio de estos teatros, por un lado, las zarzuelas presentadas, han tenido un tratamiento operístico y la adaptación de títulos puramente escénicos a la lírica ha sido una constante. Como ejemplo de esta línea, hay que destacar La malquerida de Manuel Penella representada en los Teatros del Canal bajo la dirección de Emilio López, última obra del autor de El gato montés que ha sido recientemente estrenada en el Teatro de la Zarzuela bajo la dirección de José Carlos Plaza. La obra teatral de Jacinto Benavente se convirtió durante la posguerra española en una obra muy popular en Méjico, éxito que ha durado hasta nuestros días donde una telenovela inspirada en la obra llena la parrilla televisiva. Esta nueva propuesta elevó la obra a producción de gran envergadura, muy cercana a las escenificaciones operísticas. La conjunción de una espléndida música, un libreto de estructura trágica representado por un equipo de cantantes de primer orden en una puesta en escena espectacular, hizo de todo ello una espléndida ocasión para disfrutar de nuestro arte lírico.
Le malentendu (El malentendido) estrenada en la Sala Negra de los Teatros del Canal bajo la dirección de Walter Kobera es una ópera basada en la obra homónima de Albert Camus, concebida para cuatro cantantes, un actor, electrónica y orquesta de cámara, que planteó un ambicioso e innovador uso de la relación entre el texto —respetando el francés original— la electrónica, la amplificación y la instrumentación. Una propuesta insólita dentro del panorama de la ópera contemporánea donde la referencia a la obra de teatro era total. Para esta producción de formato de cámara se optó por realizar un exquisito planteamiento en el que el espacio escénico se convirtió en una ventana a través de la cual nos asomábamos al subconsciente de los personajes, creando unas atmósferas inquietantes que nos recordaban los cuadros del pintor Hopper; escenario propicio para el desencuentro fatídico de una familia desestructurada.
Otro ejemplo de teatro adaptado a la lírica fue La Villana, zarzuela en tres actos con música de Amadeo Vives y libreto de Federico Romero y Guillermo Hernández-Shaw, basada en el drama de Peribáñez y el Comendador de Ocaña de Lope de Vega, recuperada para hacer un nuevo estreno por todo lo alto y para ello se contó con un equipo excepcional. Al frente de la dirección musical hubo dos batutas, Miguel Ángel Gómez Martínez y Eduardo Portal. Y para abordar una puesta en escena de gran formato renovador, se convocó a Natalia Menéndez que templó y equilibró el verso con el canto, consiguiendo una gran teatralidad entre cantantes, actores y bailarines.
Otro tratamiento renovador en las puestas en escena para acercar este arte al público de hoy ha sido dar un aire de musical de revista espectacular. Aquí hay varios títulos que destacar, todos presentados en el Teatro de la Zarzuela. Château Margaux y La viejecita, un programa doble que reunió estas dos joyas de la zarzuela y a las que, Lluís Pasqual, su director de escena, ubicó en un programa de radio. En esta propuesta, desarrolló un nuevo relato teatral, Château Margaux formaba parte de un concurso radiofónico en cuya emisión se escuchan los números musicales de la obra. A esta historia seguía La viejecita, que formaba parte del espectáculo como si fuera una representación emitida asimismo en directo desde el estudio de radio. Sobre ello, sobrevolaba el ambiente de la radio española de los años cincuenta, al que Lluís Pasqual impregnaba de sus recuerdos de infancia, donde la zarzuela escuchada a través de las ondas fue su verdadera educación musical. Una propuesta de teatro a través de la radio como espectáculo de gran entretenimiento. La opereta Le chanteur de México fue compuesta por Francis López para el célebre y celebrado artista vasco Luis Mariano y se estrenó, con un éxito arrollador, el 15 de diciembre de 1951 en el Théâtre du Châtelet de París. La propuesta que se presentó en el Teatro de la Zarzuela, dirigida por Emilio Sagi mostraba un escenario fantástico, al más puro estilo kitsch, donde se recreaba un mundo tropical, sofisticado, en tecnicolor, como corresponde a ese tipo de cine que persigue el gran espectáculo y que es precisamente el universo en el que se suceden todas las tramas de la historia. Una puesta en escena que, en esta ocasión, jugaba al cine dentro del teatro musical; un juego que daba muy buen resultado.
Billy Budd de Benjamin Britten, Rodelinda de Georg Friedrich Händel, Bomarzo de Alberto Ginastera, El gallo de oro de Nikolái Rimski-Kórsakov y Lucio Silla de W. A. Mozart completaron el programa desarrollado durante esta temporada, estos últimos títulos en el Teatro Real con unas producciones de gran formato y espectacularidad en la línea de las puestas en escena más clásicas.