Hace poco, buscando unos datos que necesitaba para documentarme sobre las mujeres empresarias teatrales en el Siglo de Oro, leía esto: La incorporación de la mujer a la vida teatral en España tiene como referencia oficial el 17 de noviembre de 1587.
En esa fecha el Consejo de Castilla autorizaba la presencia de actrices en los escenarios. Con este decreto, que entró en vigor por iniciativa de la Junta de la Reformación, se levantaba la prohibición sobre la actuación de las mujeres en las tablas y en el que se ordenaba que:
“A todas las personas que tienen compañías de representaciones no traigan en ellas, para representar ningún personaje, mujer ninguna, so pena de cinco años de destierro del Reino y de 10.000 mil maravedís para la Cámara de su Majestad.”
La autorización de 1587 permitía la presencia de actrices en los escenarios, aunque limitándola a dos condiciones: que las actrices estuviesen casadas y acompañadas por sus cónyuges y que las dichas actrices representasen siempre en hábito de mujer.
Dato éste que me sirvió como punto de partida para escribir este artículo -no se asusten- no para publicar un tratado sobre el tema, ni mucho menos, si no para transportarme en catapulta, directamente al leerlo, a la revisión de mis comienzos, mi día a día y a las muchísimas experiencias que he vivido durante cuarenta años de carrera profesional como actriz, directora y productora teatral (exactamente por ese orden) ejerciendo en varias ocasiones los tres oficios a la vez.
Y echando la vista hacia atrás y hacía adelante, aparecen, como protagonistas de esas imágenes que se me arremolinan: MIS AMIGAS.

La incorporación de la mujer a la vida teatral en España tiene como referencia oficial el 17 de noviembre de 1587
Pilar Massa
Las que hoy en el siglo XXI se suben al escenario para dirigir un montaje, o para interpretar un personaje, o producen una obra de teatro, o escriben un guion, o enseñan el arte de la interpretación.
Mis amigas que se van de bolo se presentan a audiciones, preparan personajes, estudian guiones, cantan, bailan, se dejan la piel en los escenarios, en los ensayos, en su productora, en el aula. SOLAS.
Mis amigas que esperan y se desesperan, que van al gimnasio y dejan de ir, que pagan facturas y pagan el pato, que se saltan la dieta y saltan al vacío, que conducen y se reconducen, que van a un estreno y estrenan vestidos, que se dejan querer y las dejan tiradas, que se enfrentan a la muerte y les sorprende la vida, que aman, que odian, que ríen, que lloran, que ganan, que pierden, que envejecen. SOLAS.
Mis amigas que aman el teatro desde hace mucho, mucho, mucho tiempo. Antes de Netflix, de TikTok y de Instagram.
Y si hay que cuidar a los niños, a los padres, a los perros, a los gatos, o cuidarme a mí cuando estoy harta y triste, pues lo hacen. SOLAS.
Y cuando vienen las rachas malas, las rachas buenas, el éxito, el porrazo, la soledad, la incertidumbre… Entonces, está también todo lo demás:
-Esa factura tremenda la pagaré cuando cobre estos bolos, o cuando sea…
-Hoy me desmaquillo rápido y salgo pitando a Carrefour a hacer la compra a mi madre…
-El niño malo, ¡joder!, pues le doy Apiretal y me lo llevo al teatro, no me queda otra…
-Me separo, tengo que separarme, no aguanto más. Pero ahora tengo que concentrarme, cuando acabe la función se lo digo…
-¡Madre mía! Qué dolor de muelas, menos mal que en cuanto piso el escenario se me olvida, o eso espero…
-¿Que me dejas? ¿Y no puedes esperar a que acabe la gira y lo hablamos?
-Esto no sé cómo voy a compaginarlo, pero el teatro no lo dejo, eso sí que no…
Este artículo lo escribo en homenaje a mis amigas artistas, maduras y hermosas que, gracias a la ley de 1587, no tienen que tener un marido para poder subirse al escenario. SOLAS.
Este artículo lo escribo en homenaje a mis amigas artistas, maduras y
hermosas

Pilar Massa
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