La palabra “monólogo” remite a un discurso de una sola persona, desde la tragedia griega hasta Shakespeare y los soliloquios del Siglo de Oro, siendo una herramienta clave para explorar lo más íntimo del ser humano. Pero su aparente soledad es en realidad una oportunidad para abrir un canal directo con el espectador.
Blanca Portillo lo expresa con claridad: el público no es un enemigo, sino un aliado con quien se crea una comunión difícil de romper. Para Alberto San Juan, el monólogo es en realidad un diálogo en el que la batalla consiste en sostener la atención de quienes observan. Y Juan Diego Botto va más allá: el público se convierte en un compañero inseparable, el único anclaje del actor en escena.
Esta conexión se vuelve palpable en las experiencias de actores como Luis Bermejo en Hoy tengo algo que hacer o El minuto del payaso, que siente que nunca está solo porque la presencia de los espectadores le acompaña. Y para Victoria Luengo, interpretar Prima Facie fue un viaje intenso donde la energía del público le marcaba el ritmo y la fuerza de cada función.
Así, el monólogo revela su naturaleza paradójica: es una exposición extrema de la vulnerabilidad del intérprete, pero también un diálogo vivo e ininterrumpido con las miradas, las respiraciones y los silencios de los espectadores. Como nos cuenta la actriz Magüi Mira, la conexión con el público es algo único: “Si eres capaz de conseguir un solo pálpito en el espectador, se puede llegar al éxtasis, la mejor droga”.


El público no es tu enemigo,
sino tu aliado
Blanca Portillo
El monólogo teatral, una prueba de fuego
Aunque el público sea un aliado, la soledad en escena sigue siendo un reto imponente. Estar solo sobre el escenario implica una responsabilidad total: cualquier fallo o bloqueo es responsabilidad propia, sin nadie que pueda cubrir o amortiguarlo.
Alberto San Juan no esconde que ha vivido momentos de derrumbe en el escenario, incluso sintiéndose como un autómata desconectado, pero también sabe que no rendirse es clave para que ocurra ese “milagro de la comunicación” que es el teatro. Juan Diego Botto reconoce que la incertidumbre constante, especialmente en monólogos que interactúan con el público, obliga a estar siempre alerta, improvisando y adaptando, algo que él vive con ventaja al ser también autor de Una noche sin luna y Un trozo invisible de este mundo.
En Prima Facie, Victoria Luengo reconoce que se quedó en blanco un par de veces, y afrontó esos momentos con humor e incluso colocó “chuletas” en el escenario para sentirse más segura. Además, nos cuenta que para protegerse emocionalmente antes de cada función leía un texto de la coreógrafa de la obra, Marta Graham, Mantén el canal abierto, en voz alta antes de empezar.
No obstante, Blanca Portillo explica que, aunque teme los bloqueos, son menos frecuentes debido a la gran concentración que exige el monólogo. Luis Bermejo coincide, señalando que la ansiedad surge solo antes de salir, mientras que Magüi Mira recuerda que, a pesar de que siempre existen los bloqueos, en un monólogo es más fácil porque el intérprete puede manejar mejor los tiempos.


He sentido el peso de la soledad escénica, pero mi entrega y mi desgaste era proporcional
al amor que recibía
Victoria Luengo
Esa conexión frontal, sin compañeros de escena ni escapatoria posible, convierte al monólogo en una de las experiencias más exigentes del arte escénico. Si bien es cierto que muchas obras teatrales incluyen el monólogo como un recurso más, otras basan sus cimientos en este formato, obligando a un único intérprete a sostener todo el peso de la obra ante cientos de ojos expectantes. “Todos hemos hecho un ‘Ser o no ser’ en clase y no es lo mismo”, afirma Juan Diego Botto.
En una obra coral, la dinámica es otra: se cuenta con el apoyo de compañeros, pero los pequeños detalles que construyen un espectáculo a veces se diluyen, como la importancia de la luz o el sonido, como señala Portillo. Victoria Luengo sabe que el monólogo exige cosas distintas, aunque pueda dar la misma satisfacción y aprendizaje, y Luis Bermejo, por su parte, compara esta experiencia con adentrarse en “un bosque cambiante”, un terreno imprevisible que pone a prueba cada recurso del actor o actriz.
Así, el monólogo se convierte en una prueba de fuego, en un ejercicio de fondo, puesto que el intérprete adquiere unas habilidades que difícilmente se consiguen en otros formatos. La concentración se afina hasta el milímetro, se agudiza el instinto y la capacidad de improvisación, se fortalece la conexión con el público y se descubre un vínculo con el texto mucho más profundo, convirtiéndose casi en identidad, aún más si el intérprete es también autor, como Botto y San Juan.
Todos los intérpretes entrevistados coinciden en que el monólogo les ayudó a desarrollarse profesionalmente y descubrir nuevas habilidades. Botto afirma que el monólogo “te obliga a usar todos los recursos expresivos que tienes, te pone al límite de tu capacidad y te hace crecer indudablemente como actor”. Luis Bermejo nos cuenta: “Me sorprendía la respiración: respirar ahí y ahora”.
Para Victoria Luengo, interpretar Prima Facie, una historia brutal sobre la violencia de género, supuso un orgullo y una demostración de su capacidad como actriz para sí misma, mientras que para Magüi Mira, tras retomar Molly Bloom después de décadas, comenta que en los ensayos tuvo que buscar nuevas herramientas para el monólogo, ya que “implica mucho texto que transitar, que hay que transformar en vida”.
En El testamento de María, Blanca Portillo recuerda el pánico que sentía al salir sola en escena y cómo cada función la dejaba devastada por la dura historia de una madre que pierde a su hijo. Sin embargo, encontraba apoyo en el equipo y en el público: “Los veía sufrir conmigo y eso es muy generoso por su parte”. Tras cada función, relata que se quitaba la ropa empapada en sudor, agradecía al personaje y le prometía volver a sostener su dolor al día siguiente: “Te quedas aquí hasta mañana, yo ahora voy a ser feliz ahí fuera”.


Si eres capaz de conseguir un solo pálpito
en el espectador, se puede llegar al éxtasis,
la mejor droga
Magüi Mira
Emociones a flor de piel: antes, durante y después
Las habilidades que despierta el monólogo no solo se construyen durante la función, sino mucho antes, en los ensayos. A diferencia de los montajes corales, el ensayo se basa en un trabajo íntimo y casi solitario. Victoria Luengo recuerda que los ensayos fueron un espacio de felicidad, arropada por el equipo, y que en algunas funciones sí sintió el peso de la soledad escénica, pero esa entrega se compensaba: “Siempre he considerado que mi desgaste era proporcional al amor que recibía”.
Por el contrario, Blanca Portillo señala que ensayar sin la presencia física de otro actor puede resultar muy solitario, pero el equipo técnico forma una red invisible que sostiene la escena. Esta alianza entre todos los elementos permite al intérprete sostener la emoción y la atención en cada función.
Todo se alinea para que la figura del actor o actriz pueda sostener la atención y, sobre todo, la emoción. Las sensaciones que despierta el monólogo son intensas y directas, sin pausas ni escapatoria, sin tiempo para desaparecer entre escenas. Magüi Mira confiesa que a veces “la energía del público puede llegar a ser apabullante”, pero transformar esa energía, si se consigue, es algo mágico, mientras que Luengo describe las emociones de Prima Facie como las más intensas que ha sentido en toda su carrera.
El vínculo con el público, como ya mencionamos, es decisivo en la intensidad emocional. Han vivido situaciones casi surrealistas: Luis Bermejo recuerda entre risas a un espectador que gritó “Ahora vuelvo, que me meo” y Blanca Portillo relata cómo en Silencio, durante más de cuatro minutos de silencio en escena, un espectador le gritó: “No hemos venido aquí para verte estando ahí calladita”, lo que provocó risas compartidas, señal de que el público estaba totalmente conectado. También para Magüi Mira, la primera vez que hizo Molly Bloom en los años 80, cuando en una escena donde el personaje tiene la menstruación y se colocaba un trapo entre las piernas, una señora de primera fila gritó “¡Guarra!” y le tiró el bolso. La actriz nos contaba “Yo, sentada en el orinal como estaba, cogí el bolso y se lo tiré de vuelta”.


No me genera tensión ser el único actor en escena, solo echo de menos tener otros compañeros actores y actrices a mi lado
Alberto San Juan
La honestidad, la clave para mantenerse
La mezcla de incertidumbre, adrenalina y aprendizaje convierte al monólogo en una experiencia casi adictiva. Aunque asusta y desgasta, muchos actores repiten porque saben que ahí ocurre algo irrepetible. Blanca Portillo confiesa que después de su primer monólogo juró no volver a hacerlo, pero pronto la sedujo de nuevo, especialmente gracias al diálogo enriquecedor con autores como Juan Mayorga. Para ella, el teatro es comunicación y compartir escenario es lo que verdaderamente le satisface.: “Mi vanidad no se siente más feliz por estar sola, sino por formar parte de un buen espectáculo y soy muy feliz compartiendo escenario”. Lo mismo le sucede a Alberto San Juan que nos cuenta que no le genera tensión ser el único actor en escena, pero sí que echa de menos a sus compañeros actores al lado.
¿Qué tiene ese estar solo que fascina y aterra? Quizá la intensidad, la adrenalina o la posibilidad de tener el escenario entero como espacio de juego y verdad. Pero lo cierto es que siempre y cuando se interprete desde la honestidad, un texto siempre seguirá teniendo sentido y coherencia, a pesar de que la manera de interpretar y de escribir cambie y evolucione, como cuenta Victoria Luengo, “la interpretación es un arte que va viviendo sus cambios y va modulándose según la época. Blanca Portillo recuerda que los textos clásicos, si se aborda con profundidad, siguen llegando al público, mientras que algunos contemporáneos pueden perderse sin intención clara. Juan Diego Botto menciona monólogos como Sobre el daño que hace el tabaco, que mantienen su vigencia y genialidad por encima del tiempo. Para él, “pase lo que pase, nuestro trabajo es el mismo: tratar de dar la mayor verdad posible al texto”.
Interpretar un monólogo es, a pesar de parecer un acto kamikaze, una experiencia intensa que lleva a una satisfacción única. La línea invisible de comunicación entre el intérprete y el público se convierte en el motor de cada función: hay algo irrepetible en esa entrega, en esa soledad acompañada.


Me adentro cada vez a ese bosque
cambiante que es un monólogo
Luis Bermejo
Solo ante el público, pero más acompañado que nunca
Estar solo en escena parece, a simple vista, el mayor gesto de aislamiento teatral. Pero quienes han vivido la experiencia saben que es justamente lo contrario: en un monólogo, uno nunca está realmente solo.
Blanca Portillo lo resume bien: además del público, está el equipo que sostiene el espectáculo vivo. Y es que el intérprete se une más que nunca al engranaje invisible que sostiene el teatro: “El monólogo te da la capacidad de valorar mucho más todos los elementos que componen un espectáculo”, añade la actriz.
Victoria Luengo lo dice con claridad: “A pesar de que parezca que en un monólogo lo más importante eres tú, sigue siendo la historia”, algo que también comparte Juan Diego Botto. Es un ejercicio de humildad y de foco, como comenta Luis Bermejo que afirma que un monólogo te da la oportunidad de “des-egocentrarte”. Y como resume Magüi Mira, con la lucidez de quien ha recorrido todos los formatos escénicos: “El arte escénico es suma: siempre hay una compañía, un equipo técnico que permite que se suba el telón”.
En ese pulso, lo negativo también se transforma. El miedo inicial puede volverse estímulo. La vulnerabilidad, potencia. La sensación de vacío escénico, una oportunidad de llenar el espacio. La vulnerabilidad escénica se convierte en una aliada: cuando no hay red, se aprende a volar con lo que se tiene. Esa es, quizá, la gran conquista del monólogo.
Quizá por eso el monólogo conmueve tanto al espectador y transforma tanto al intérprete: porque, en el fondo, es algo colectivo disfrazado de soledad. Puede que ahí esté el secreto: el monólogo no es quedarse solo, sino atreverse a estar solo.
Y quizá estar solo sobre el escenario sea la forma más radical y pura de estar acompañado.
Texto: Fátima L. Ortiz
Diseño: Alfonso Gómez
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