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el teatro de los sentido, el ensueño compartido

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La poética de los sentidos

Por: Carlos Bernal

15 de enero de 2018 /

En el Festival Iberoamericano de Cádiz de 1993, se presentó, por primera vez en Europa “El hilo de Ariadana”. Llamó la atención, resultaba paradójico que siendo la propuesta más novedosa de ese año en el FIT se nutriera sobre todo de recuerdos, de lo antaño y lo ancestral. Era renovadora y atemporal, era juego, aventura y asombro profundo, estos sentimientos, entre otros, suscitaba en la gente que se introducía en sus laberintos; era la poética de los sentidos.

En esta andadura de ya casi un cuarto de siglo y dirigidos por Enrique Vargas, el Teatro de los sentidos ha producido teoría y un puñado de obras. Entre ellas la más reciente “El Corazón de las Tinieblas”, a partir de la novela de Joseph Conrad y las primeras, la Trilogía del Laberinto: “El Hilo de Ariadna” que trata sobre el origen y la animalidad; “Oráculos” sobre cómo se gesta el futuro y “La Memoria del Vino” homenaje a la fiesta y la muerte. Para el que esto firma, los trabajos del Teatro de los Sentidos, a su manera sutil pero efectiva, resultan esencialmente subversivos, no solo porque subvierten los cánones habituales del teatro actual y sus metas, su idea del tiempo y del espacio son totalmente otras, pero sobre todo, porque subvierte la mente del espectador en relación con su cuerpo, es decir consigo mismo. Cito a Enrique Vargas: “Estoy segurísimo de que si supiésemos realmente de dónde venimos, tendríamos muy claro para dónde vamos. Ninguna institución de las que ahora nos explotan podría contenernos”.

¿Cuál es el misterio del juego? ¿Por qué juegan los niños? ¿Hacia dónde vamos, o nos están llevando? La diferencia entre información y experiencia resulta clave en estas obras, de este aporte se hacen beneficiarios, sobre todo, los espectadores que acuden a las representaciones. En estas funciones se los convierte en protagonistas ya que están en el centro de la dramaturgia y en el centro de las instalaciones que las contienen. Entran de uno en uno, se internan solos en sus laberintos y lo recorren guiados por señales sensoriales, auditivas, táctiles, olfativas, de sensopies, etc. Esto convierte el acto en una experiencia muy personal, en la soledad aflorará lo más íntimo de cada uno y la relación que establezca con la obra estará profundamente ligada a recuerdos y vivencias que pertenecen a su propia historia, a su vida. 

Por otro lado: ¿Buscando “participación activa”, cómo no caer en obras que manipulan al espectador sino crear las que lo animan y comparten con él el espíritu de la función? ¿Por qué para avanzar el Teatro de los Sentidos ha escogido como punta de lanza la pregunta? La pregunta que lleva a otras preguntas.

De mis experiencias con el Teatro de los sentidos podría deducir que las primeras irrupciones, más o menos consientes, de la ensoñación y la fantasía de las personas empiezan cuando de niños, en sitios casi siempre secretos e íntimos, nos pasábamos horas y horas, solos, sin tiempo, imaginando lo que queríamos y confundiéndolo con la realidad... Veamos algunos ejemplos de esos lugares: debajo de la mesa, escondidos en el armario, cubiertos con las mantas, debajo de un árbol, al lado de un riachuelo, en la punta de una loma... etc.

¿De qué manera aquellos momentos y esa actitud nuestra ante los juegos y las fantasías de aquella época tienen que ver con el hecho de que ahora de adultos nos apasione el teatro, crear   espacios y tiempos imaginarios habitados por personajes de ficción? Tal vez por eso nos dedicamos a crear historias o poemas escénicos que son universos y “realidades paralelas” donde también se acerca lo imaginado a lo real ¿Se puede establecer un paralelo entre la seriedad de nuestro compromiso con el arte y el placer que nos proporciona, con la actitud comprometida del niño ante sus juegos y sus ensoñaciones y fantasías? 

Lo que pretendemos ahora, con este teatro de los sentidos, sus dramaturgias y sus poéticas sensoriales, es conseguir niveles parecidos de ensoñación y sensaciones, pero ya acotados en el tiempo y en el espacio para así convertirlos en arte. Luego vendrán las dificultades del oficio, técnicas y dramatúrgicas, para poder compartir y comunicar esos universos paralelos, y que así puedan ser disfrutados por personas curiosas que no conocemos pero que se acercan a nuestras funciones, instalaciones y laberintos.

En el recién aparecido libro de conversaciones con Enrique Vargas (de la periodista siciliana María Pagliario), entendemos como los nutrientes principales del Teatro de los Sentidos vienen de su periplo vital, sus viajes y sus creaciones. Si el caldo de cultivo de la creación se ubica entre lo que observa a su alrededor y el pensar y sentir del artista, en sus creaciones se juntan esas dos vertientes. El hilo conductor del libro persigue la vida del director, si no rocambolesca por lo menos nada tranquila ni sedentaria, alternando entre azares y éxitos, causas perdidas o importantes logros artísticos que son recompensas después de las batallas. Los lectores tendrán dos posibilidades: leerlo como una biografía guerrera y divertida donde el artista cae y se levanta, con muchas puertas, unas que se abren y otras que se cierran, o extraer de sus páginas los ingredientes y la cocina en la que se cuece la poética de los sentidos. Pienso que este director crea obras poco habituales que se nutren del tiempo y los lugares que le fueron dados a vivir, atento a los devenires de la historia y sensible también a sus movimientos interiores, a sus inquietudes de antropólogo y hombre de teatro; el recorrido constante del creador hacia adentro y hacia afuera, entre otras cosas sus experiencias en comunidades indígenas del Amazonas hurgando en la relación entre los ritos, los mitos y los juegos. O también su paso comprometido por el Nueva York de los convulsos años sesentas, experiencias compartidas con otros creadores para ahondar en propuestas artísticas que cuando fuera necesario sumaran su aporte a causas nobles que por aquellos años se agitaban en los Estados Unidos: la defensa de los derechos de los negros, los de los indios y el rechazo frontal a la guerra sangrienta con que el imperio norteamericano castigaba al pueblo vietnamita.

El Teatro de los sentidos navega entre lo colectivo (lo social, cultural, histórico) y lo   individual, (la búsqueda teatral) con rigor y locura, de allí vienen las obras. No es obligatorio verlas, pero a veces escucho decir a gente que asistió hace mucho tiempo a las funciones que todavía los acompañan imágenes, sensaciones y sentimientos que se les quedaron grabadas de su experiencia en aquellas obras. Eso para los que hemos tenido el privilegio de trabajarlas, de trabajar su carpintería poética, es una especie de faro que nos aclara el camino recorrido y la razón de ser de nuestro trabajo.

Algunos conceptos indispensables a la hora de crear las obras, latentes en el espacio y el tiempo de las funciones y las instalaciones que las soportan, pero no evidentes para los que las atraviesan son, por ejemplo: La ensoñación, la dramaturgia de los sentidos, la escucha y la alteridad, la repetición, los habitantes del laberinto (los actores) y los viajeros que lo recorren, el silencio y la oscuridad como marco de las creaciones, los pasillos y las cámaras, la levedad y lo pesado, los caminos de sensopies, los mitos Eleusinos y lo que no se puede contar con palabras, etc. Nada es evidente en estas experiencias teatrales.

Dice Enrique Vargas, “La obra está en la imaginación del poeta, pero su esencia es así porque el poeta vive en un contexto cultural, histórico, vital en el sentido colectivo, no individual. Es inevitable que el poeta sea hijo de su tiempo. En él la obra existe a priori, hay que hacer que salga fuera de él, de su imaginación y encuentre su forma”.

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